ASÍ ESTÁN MIS COSAS ESTOS DÍAS

CONFERENCIA PERFORMATIVA PARA FERIA DE ARTE MADRID 2025. ELENA ARROYO

Buenos días, gracias por la invitación, Mario y equipo de 20 Grados. Soy Elena y me han convocado para hablar performativamente sobre el estado de mis proyectos estos días o algo así. En la primera conversación que tuve con el equipo entendí cualquier otra cosa. Es normal. Entendemos lo que necesitamos entender. Es el origen de la incomunicación generalizada. Pero hay que confiar en que el error es una oportunidad y que lo que aparece en el margen del asunto es más interesante que el asunto en sí que habría de traerse entre manos. Tal vez entender al bies era necesario para agitar las aguas y venir un rato por efecto de la espiral de los torbellinos a otra orilla desde la cual observar de nuevo. Observarme a mi, observar la escena, observar qué y cómo hago, qué y cómo hacemos. O tal vez no. No lo sé. Entonces, en esa primera conversación con el equipo organizador donde entendí lo que quise o pude o vete tú a saber qué, imaginé que esto iba de hacer una performance. Imaginé que podría venir aquí con mis cosas y tirarlas así sobre un tapete de color negro dispuesto en el suelo mientras diría de la manera más aséptica posible que eso que tan despreocupadamente tiraba no eran mis cosas. Ya saben ustedes y, si no, están a punto de empezar a comprender que no hay negación sin afirmación y que lo uno depende de lo otro estrechamente.

Entonces, imaginaba yo esos ya demasiado lejanos días de diciembre que podría empezar tirando un reloj de arena y otro de cuerda y decir algo así como este no es mi reloj, a lo Magritte o, este no es mi tiempo a lo [abro corchete para decir que aquí iría una referencia que no me ha dado tiempo a consultar]. Continuaría después tirando sobre el negro del tapete una muñeca de cuerda y otra vintage diciendo esta no es mi muñeca y esta tampoco es mi muñeca y luego levantaría así mis dos manos haciendo este gesto o similar para decir estas sí son mis muñecas, estas sí son mis manos, estos sí son mis dedos, estos sí son mis gestos. Y me quedaría unos minutos mirándolas como si fuese la primera vez. Siempre todo como si fuese la primera vez y no la última vez. Como si nunca antes hubiese visto yo mis propias manos si quiera por un instante… porque una de entre las muchas o las pocas cosas de mi interés es esta de ponerme bajo el estado de ‘sentir, experimentar, pensar y/o hacer de nuevas’. Hacer como si el mundo fuese siempre, él tan viejito ya, como si el mundo fuese siempre diferente. Y habría siempre que resituarse en él para poder por él ser atravesado. Era Baudelaire quien decía que había que saber ver lo extraordinario en lo ordinario.

Y seguiría, según mi ensoñación errada tirando sobre el tapete negro un periódico y diría aquí no están mis novedades o mis noticias o este no es mi diario y tiraría un cuaderno de notas y sin mentir diría que este no es mi cuaderno de notas. Después vendrían las monedas, el carnet de identidad, el pasaporte, los bonobuses, las tarjetas de crédito y todo lo que estuviese dentro de mi bolso al alcance de las manos. –“Así están mis cosas estos días”– diría. Y diría también que ahí, ahí, haciendo hincapié en los límites del lenguaje, que ahí o incluso aquí no está ni mi identidad, ni mi valor, ni mi crédito.

Todo eso respondía de alguna forma a lo que en la primera conversación con la organización quise entender, es decir, realizar una performance que me situase en el lugar de hacer algo en vez de aquel de hablar sobre algo en cierto modo inexistente. Porque si atiendo a mis proyectos actuales tendría que decir que son todos intangibles porque tienen que ver con crear espacios de encuentro entre seres diversos. Así que deduzco que al no encontrar de inmediato una forma a través de poco más que la palabra que materializara eso que supuestamente podría contener lo que ando haciendo o dar cuenta de ello, malentendí subconscientemente la premisa acordada.

El asunto de tirar cosas sobre un tapete –como se arrojan ideas sobre una hoja o palabras sobre un estrado– lo tomé prestado de las videocorrespondencias entre Shûji Terayama y Shuntaro Tanikawa a principios de los ochenta. Ya en otras ocasiones he conversado con las piezas de otros que me preceden tal vez porque nunca he dejado de sentirme enana o tal vez casi seguro porque no me importa demasiado el qué sino el cómo o de hecho, porque en la aproximación al otro descubro cosas que no descubriría suspendida en la –por otro lado casi imposible– esfera individual propia. Los dos japoneses, el poeta y el cineasta, se pasaron un par de años haciéndose preguntas el uno al otro y respondiéndose a su manera sobre el arte, la vida, la poesía, el lenguaje, el tiempo, la identidad… Sobre quiénes eran ellos, si ellos estaban o no contenidos en la obra, si el lenguaje contenía o no la cosa nombrada, si podían allí desaparecer y si todo eso era o no razón suficientemente poética. O sea, vendría yo, pensaba allá por febrero, a preguntarme junto con los japoneses por cuestiones relacionadas con el quehacer artístico, algo que circula siempre alrededor de lo que hago, del mismo modo que circula la negación. La negación del objeto y del ver y de la identidad del ser y de la imagen al otro lado de la imagen. Y lo hacía convocando una vez más el margen como tablero de juego. Para eso tomaba en concreto la videocarta número seis donde Tanikawa tira sobre su tatami blanco todo lo que presumiblemente lleva encima. Digo que presumiblemente todo lo que lleva encima porque la cámara solo enfoca el tatami y lo que sucede por fuera se nos escamotea a la visión. En cuadro vemos las cosas según las va arrojando Tanikawa mientras en la sombra, al otro lado de los focos, solo sentimos por ciertos indicios su desnudez literal y metafórica. Aquí está mi camisa, aquí mi pantalón, aquí mi calcetín, aquí mi calzón –oímos que dice palabra por palabra. ¿Es este mi poema? ¿Es este mi cielo? La desnudez como lo innombrable queda siempre del otro lado. Entonces ensoñaba yo que podría llegar a hacer algo parecido en este espacio solo que a diferencia de Tanikawa aquí sí se vería el fuera de campo y yo no sería tan imprudente como para pensar que a día de hoy un desnudo literal en una feria de arte llegase a ser poco menos que una anécdota de mal gusto incluso concediendo a la falta de gusto su propia razón de ser estética. Pero la desnudez tendría que acabar sucediendo en una suerte de desplazamiento del mismo modo que el margen quedaba desplazado con este acercamiento al otro lado del escenario.

Entonces ensoñaba allá por febrero –del tiempo hay que hacerse siempre conscientes y en esta ocasión es incluso más pertinente– que les pediría a ustedes, el público, los espectadores, sus objetos personales: las llaves, la cartera, el móvil, el paraguas, el pintalabios, la funda de gafas, el ticket de la compra, la petaca, las compresas, los condones, los bolígrafos, el fetiche, el talismán, incluso la pelusa y el olvido y haríamos juntos por primera vez una gran montaña de cosas íntimas que no serían mías y podríamos llegar a desmontar este espacio que nos reúne de forma separada, yo aquí y ustedes allá, en un: “ni tuyo ni mío” estando juntos durante un espacio de tiempo muy concreto que sin ninguna duda se nos haría corto como corta se nos hizo la infancia. Y tal vez desde ahí podría compartirles eso que viene siendo mi quehacer actual que consiste en intentar construir de a poquitos un mundo común integrando a todas y cada una de las partes. Abrazando lo más pequeño y lo más grande, lo más sofisticado y lo más bastardo, lo más apropiado y lo más inapropiado, por fuera y por dentro desarticulando el centro, así en el cuerpo como en la escena, como de camino a por el pan o tomando vino. Y si bien no sería una propuesta para tirar cohetes saldría de aquí satisfecha por haber resuelto una vez más la ecuación de no ser siendo y de hacer no haciendo así como por haber creado como de pasada y de forma inadvertida un espacio donde lo común posiblemente importase más que lo individual y lo habríamos hecho juntos jugando, cosa que en los últimos años, tras el parón enmarcado entre la adolescencia y la enfermedad en la vida adulta, vengo haciendo de forma casi diría que militante.

Pero la propuesta ensoñada o imaginada allá entre enero y febrero no está sucediendo por exceso de razón y falta de entendederas.

Hace un puñado de días entró marzo y hace dos que entiendo mejor la cosa solicitada. En ocasiones soy lenta. La cuestión del asunto parece ser la de contarles mediante una conferencia performativa en qué ando y qué hago. Cavilo: ¿cómo podría hacerles entender que el juego –que es uno de mis quehaceres artísticos– sin ponerles a jugar? ¿podría dar cuenta de lo que me sucede cuando danzo sin entregarme del todo a danzar? ¿sería apropiado hablar sobre el abundante número de actos poéticos que cotidianamente me hacen florecer sin hacer(les) florecer uno conmigo? ¿cómo compartir que para mi un gesto agradecido está estrechamente relacionado con la película o el libro o la composición teatral que ando componiendo en mi cuarto? Todo eso que no puedo desligar –la vida como arte y el arte como vida– ¿cómo participarlo específicamente en este sitio “Feria de Arte Madrid 2025 stand 20 Grados en el Centro Centro de la capital”? Si total, si es vida, nada tengo entre las manos. ¿Cómo hacer? ¿Levantarlas como si me estuviesen apuntando con un arma y tirar una manzana sobre el tapete negro y decir este no es mi pecado y justo antes de salir corriendo un par de metros como Belmondo en ‘À bout du Souffle’ mirar el entre de entre las manos para ver a través la nada cobrando vida y sonreír porque una vez más constato que mi cuerpo habla al espacio sin ‘yo’ estar; y levantar la vista y percibir su percibir y hacer que ustedes, sostenidos por una atención alucinada pudiesen de vuelta sentir que están por fuera de sí siendo vistos y fascinarse con el milagro de que las cosas son en lugar de no ser y decir con cara de pilla en la forma la más coloquial: -¡Flipo!?

Demasiado impulsivo, no daría para la media hora acordada y tengo que hacerme responsable, una vez más, del tiempo cuantificable. Mejor, volví a soñar, adornaría la cosa haciéndome la idiota. Es algo que se me da extremadamente bien y no está muy lejos al final de la escapada. Mi idiota es además super hiper mega ultra naïf. Dicho así, sí, como lo dirían los niños. Se emboba mirando cualquier cosa. Se en-otro-misma y mientras se en-otro-misma se olvida de sí, se disuelve. Como idiota me estaría además permitido hacer cualquier cosa. En concreto me imaginaba sentándome entre ustedes, comiéndome el croissant de alguno, babeando y moqueando sin control, que es algo que me acontece cuando caigo en una suerte de trance perceptivo, o bien señalaría por ejemplo las manchas de pintura entre los dos escalones de la entrada a este recinto como si aquello fuese la obra de arte la más extraordinaria. Un poco como Alberto Greco pero sin poner carteles con el lema: “Esto es una obra de arte”. Haría todo eso y más tratando de incomodarles, yendo de aquí pa’llá de forma improvisada que es al fin y al cabo la herramienta que practico a diario, en la mismita vida y donde me siento en calma aunque las aguas estén agitadas y donde puedo con la práctica nadar casi a voluntad a las orillas las más retiradas. Violentarles para hacerles caer de su realidad en lo real como diría Marina Garcés. Así que me argumentaba intentando calmar los nervios que este tipo de situaciones me producen –aunque me entrene en no darles la importancia que no tienen–, me argumentaba que sacar el idiota que llevo dentro en un contexto donde la idiotez no parece tener cabida podía ser el gesto el más poético y por tanto el más político.

El idiota es él mismo margen. Así, el margen que allá por diciembre se ubicaba por fuera del recuadro de un tapete siempre negro donde iría dejando caer las cuatro cosas aún sostenidas precariamente entre las manos o, allá por enero, cuando quedaba localizado por fuera del escenario yo-tapete en ese vosotros-público como lo que miran las mujeres en la ventana de Murillo, quedaría ahora en esta idea relámpago del idiota, perfilado por la convención. La convención de una feria de arte y en su margen, la diferencia. Encontraba entonces que sacar aquí mi idiota, y todos llevamos dentro un idiota así como un niño, un loco, un enfermo, un extranjero, un raro, un poeta o un sabio a los cuales tiranizamos una y otra vez encerrándolos, negándolos, prohibiéndolos, sometiéndolos, escondiéndolos, anulándolos, aniquilándolos… ya saben, es la diferencia que una y otra vez intentamos expulsar del campo de visión, del centro hacia la periferia, de los focos a la sombra, o del propio cuerpo obligándolo a permanecer sentado, con las manos produciendo algos o tocando pantallas en lugar de llagas o sexos y la espalda encorvada atenazada por el espanto y el miedo.

–Papá, no quiero hacerme grande –le dice el hijo de un amigo a mi amigo. –¿Por qué? –Porque quiero que siga siendo divertido.

Sacar aquí al idiota que me acompaña todos los días y al cual alimento y cuido, al que digo sí y que una y otra vez tanto en escena como en la calle me rescata del tedio, del aburrimiento, de la pesadez de lo ya conocido, de ese mundo adulto que no sabe que el tiempo está siendo y que lo que nos garantiza estar vivos no son los relojes de arena o a cuerda sino la experiencia del mundo sensible, sería sin duda mucho mejor que arrojar cosas sobre un tapete negro, -pensaba. Y si se manifestase entre vosotros alguna incomodidad, me decía, tanto mejor, sería bienvenida; y si se manifestase entre vosotros alguna risa, tanto mejor, sería bienvenida; y si se manifestase entre vosotros alguna lágrima, tanto mejor, sería bienvenida.

Del mismo modo que una atención en-otro-mismada es capaz de mover con su calidad y cualidad la atención del otro, así un cuerpo encarnando la sin-razón como algo perfectamente válido debería poder remover al idiota en los otros encerrado. Por descontado también pensaba que sin lugar a dudas haría sentir algo –un sentir grave, inmediato y básico que es la forma de sentir a día de hoy la más deteriorada, la más empobrecida– y haría pensar o al menos abrir con esta idiotez algunos interrogantes. Al final, escapase o no impulsivamente con las manos en alto como si estuviese siendo apuntada por la espalda o por el frente o por los lados por un arma negra o blanca habría constatado que, aunque puede no tenerse nada entre las manos es posible al mismo tiempo tener todo el universo contenido en las mismas manos.

Pero tampoco esta segunda ensoñación relámpago de este martes por la tarde está tomando lugar aquí hoy entre nosotros como ustedes mismos constatan debido a dos cuestiones. Por un lado por falta de agallas y por otro por un atisbo de agallas –observen la belleza que produce ver unidos dos opuestos–. ¿Cómo así? Me explico.

Como dije arriba, para mi mostrar la idiotura y hacer saltar por los aires lo esperado en forma de excentricidad me resultaría más fácil que estar haciendo lo que en este mismo momento hago. Es la misma facilidad que siento quedándome afuera en lugar de al frente dar un paso y formar parte –por treinta minutos tan solo –y para empezar quizás–– del juego por otros propuesto. De modo que todo esto que anda aconteciendo desde hace casi media hora es el minúsculo ejercicio de disolución de una identidad que hasta hoy he sostenido y como toda identidad sostenida, entiende poco de integraciones. ¿Qué pasa al otro lado cuando soltamos lo que agarramos? ¿Qué se siente como nuevo? Por otro lado, al contarle ayer a Mario sobre mi plan me miró con tal cara que sentí que no sería bienvenido el incómodo huésped. Será que me hago mayor pero últimamente cuido más el gesto que comprende y da la mano. Lo siento, Mario, una vez más. Tampoco es esta la conferencia performativa que propuse y por la cual me invitásteis, he llegado un poco tarde al juego vuestro. Las entendederas que hacen lo que quieren para ponernos una y otra vez en el mismo lugar nos juegan este tipo de pasadas. Pero hay que confiar en que cada ocasión es una oportunidad no a pesar de todo sino gracias a todo y que lo que aparece del otro lado es más interesante que el asunto en sí que habría de traerse entre manos. Para mi el ejercicio artístico no tiene sentido si no es como herramienta para conocernos mejor. Yo a mi, yo al otro, ustedes a ustedes, ustedes a mi y ustedes y yo al otro que todos y cada uno llevamos dentro.

Hoy he venido aquí a poner sobre el tapete blanco, que en verdad es azul como el cielo –pero podemos siempre imaginarlo de cualquier color o incluso de todos los colores como el arco irishoy he venido aquí a poner sobre el tapete translúcido el fracaso como forma. Más potente aún que la idiotura, más fino que sacar del tiesto los pies por la vía de la excentricidad, más afilado que cualquier conversación sobre los límites del arte, más marginal por falta de referentes que se hayan atrevido previamente a exponerlo tal y como es y no bajo el velo ligero del errar. Esto es lo que he venido a compartirles hoy, durante treinta minutos, porque esta falta –falta de entendederastambién está siempre en y entre nuestras manos y se hace pertinente integrar su posibilidad.

Muchas gracias.

Madrid, 7/03/2025

Back To Top